-Quique, están encajados… - dice el ginecólogo con cara de
pocos amigos – están teniendo bradicardias… hay que sacarlos cuanto antes…
-Déjame entrar, por favor… - ruego mirando el monitor –
-Si no haces nada ni dices nada, entrarás… pero es delicado…
- dice mientras coge el teléfono – y tú y yo lo sabemos…
Miro a Malú que está como ida. Como medio inconsciente,
supongo que por la fuerza y el cansancio que debe haber acumulado. Sus
constantes están bien. Pero los niños están empezando a tener sufrimiento
fetal. No se han colocado bien y no pueden salir vía natural. De todas formas,
habíamos planeado una cesárea, pero era para dentro de dos semanas, no ahora.
Las semanas de gestación no son un problema, el problema es el tiempo que
tarden en sacarles. Un escalofrío me recorre el cuerpo cuando pienso en ello.
En seguida aparece una camilla, varios auxiliares y todos con cara de pocos
amigos. Es una cesárea urgente. Y es una de las cosas peores que pueden pasar
para ellos.
Camino detrás de ellos, sin pensar en que no le he dicho
nada a Pepi, que se ha quedado fuera sin saber nada. Al entrar a quirófano, me
indican donde tengo que cambiarme y asiento. Sé cómo debo entrar adecuadamente
vestido. No soy creyente. O muy poco. No lo sé, el caso es que, mientras me
visto, en un momento, llevo mi cabeza arriba y pido algo a alguien, no sé a
quién, pero pido que todo salga bien.
Corro por el pasillo de quirófano y ya la tienen casi
enganchada. La van a dormir entera.
-Anestesia general? – pregunto algo acojonado –
-Quique… - el ginecólogo me mira – sabes que es mejor así –
asiento algo contrariado y me acerco a ella. Está con los ojos medio abiertos
pero como en otro mundo.
-Jefa… - susurro a su lado poniendo una sonrisa que me
cuesta la vida –
-Los niños… - balbucea –
-Todo va a ir bien… ya lo verás… - digo acariciando su cara
–
-Quique, tenemos que anestesiar – asiento y me aparto,
mirando como su cara se queda mirando al techo –
Resoplo y me voy a un rincón. No me gustan las cesáreas.
Cuando me tocó ver alguna, siempre tenía que hacer serios esfuerzos por no
desmayarme.
-Lo tienes? – pregunta el ginecólogo algo apurado con la
otra ginecóloga enfrente, dirigiéndose al anestesista, que asiente –
-Vamos a hacer todo muy rápido, preparados todos – dice el
ginecólogo justo antes de empezar a acceder al útero –
Creo que no soy consciente de la gravedad de todo esto hasta
ese momento. Hasta que les veo a todos sudando, acelerados. Me doy la vuelta y
apoyo mi cabeza en la pared. Vuelvo a pedir que todo salga bien, pero sigo sin
saber a quién. Cuando me giro, la incisión, desde yo lo veo, casi está llegando
al útero. Decido quedarme en un rincón con tal de evitar caerme encima de la
zona estéril. Veo como los sacan. La impresión es tal que noto como la sangre
se me baja a los pies, pero vuelve rápidamente a mi cabeza, evitando que me
desmaye. Están algo azulados, más la niña que el niño. Inmediatamente, los
pediatras aparecen. No llora. Alejandro no llora. Y yo estoy llorando. Tengo
alegría y miedo al mismo tiempo. No me esperaba que el nacimiento fuese así. Me
apoyo en la esquina del quirófano y siento como mi corazón se acelera. Escucho
el llanto fuerte de Lucía y como su tono va tornándose rosado.
-Tranquilos! – grita el pediatra – vamos pequeñín…
-Tenía dos vueltas de cordón… - dice el ginecólogo sin
mirarle, intentando no dejar su tarea a un lado –
Y, de repente, el llanto aparece. Fuerte, agudo. Si mi
corazón pudiera emitir más sonido que el de un latido, sería tan agudo como el
llanto del niño.
-Están bien Quique… - dicen los pediatras sin mirarme –
parece que están bien… - sigo apoyado en la esquina, los oigo pero no soy capaz
de moverme –
Nunca he pasado tanto miedo. Los pediatras me miran con cara
de circunstancias y una pequeña sonrisa en la cara. Me acerco temeroso a las
dos cunas y les veo. La conexión es instantánea y a la vez.
-Van a lavarles y luego comprobamos de nuevo que todo esté
bien, a lo mejor hay que dejarlos unos días en la incubadora pero ya lo veremos…
la auscultación es muy buena y el estado de los dos también, aunque a Alejandro
le haya costado arrancar unos segundos – habla uno de los pediatras y asiento,
acariciando a los dos como si fueran a romperse – siempre queremos que se haga
piel con piel con la madre pero… - asiento a punto de ponerme a llorar –
quieres venir con ellos?
Miro a Malú pero no puedo ver su cara. Una gran lona azul,
estéril, me la tapa. Veo su tripa abierta y trago saliva.
-Está bien? – pregunto casi sin saber cómo –
-Si – me responde el cirujano y puedo intuir una sonrisa
bajo la mascarilla – tranquilo, ve con ellos que cerramos en seguida.
Asiento y me giro, dispuesto a salir del quirófano. De
repente, noto escalofríos… y todo negro.