miércoles, 3 de julio de 2019

CAPÍTULO 187: CON LOS OJOS BIEN ABIERTOS

-Eran los dos niños más guapos del mundo – leo con un nudo en la garganta – y ella, la mujer más guapa que he visto en mi vida – miro a mamá, que sigue con esa mirada perdida, no se siquiera si me escucha – ese día nos prometimos que le contaríamos a nuestros hijos y a nuestros nietos que su padre y abuelo se cayó redondo en el quirófano siendo médico, al ver como nacían sus hijos.

Aguanto las lágrimas como puedo. Mamá sufrió un ictus hace unos días, apenas puede comunicarse y los médicos han permitido que salga de la UCI a petición nuestra. Nos han dicho que nos escucha, a veces nos mira, pero ni come ni puede hablar y la falta de oxígeno que ha sufrido su cerebro, a sus 90 años, ha hecho que varios órganos puedan fallar en cualquier momento.

Miro a mi hermano, al otro lado de la camilla. La mira fijamente. La de veces que papá nos ha contado que, cuando Alejandro no respiraba, casi le da un infarto. Es curiosa la vida… el infarto le dio hace 1 mes. Aguantó, como un héroe, como lo que siempre fue, hasta que pudimos traer a mamá para que se vieran. Al día siguiente, papá murió y mamá entró en un estado como de catatonia. Solo se expresaba para llorar. Y solo decía que su vida se había ido. La pena se ha adueñado de nuestra familia. Hasta a veces pienso que es mejor que mamá se vaya, aunque me muero si lo pienso.

Cierro la libreta, esa que papá llenó de relatos de su relación, algunos que no he podido leer porque me da mucho pudor leer esas cosas de mis padres. Sonrío sin querer al recordar cuando papá nos lo leyó por primera vez. Alejandro y yo gritamos un “para!” cuando papá narraba cómo había sido su primer beso, mientras mamá se moría de la risa.

Al cerrar la libreta, noto como mamá mueve una mano y me mira. Miro instantáneamente a Alejandro que me mira sorprendido. Agarra la libreta y la señala. Me quedo paralizada. Hacía días que mamá no nos miraba. Era cierto que nos escuchaba. Me mira y luego mira a Alejandro, que me mira de nuevo sorprendido. No se si llamar al médico, o a la enfermera, o a quién, pero mamá vuelve a señalarme el cuaderno antiguo.

-Lucía… - miro a mi hermano – creo que quiere que vuelvas a empezar… - dice un tanto emocionado –

La miro y puedo ver como esboza una pequeña sonrisa y cierra los ojos. Carraspeo, se me ha quedado la garganta seca. Abro de nuevo el cuaderno. Aquel relato que al principio no nos creíamos de cómo se conocieron papá y mamá. Aquel accidente de avión y aquella isla. Veo como alguna lágrima cae por sus mejillas al volver a escucharlo y se me entrecorta la voz. Le doy el cuaderno a Alejandro, no puedo seguir leyendo. Mi hermano arrima un poco más su silla al lado de mamá y sigue por donde lo he dejado. La veo volver a sonreir cuando Alejandro cuenta la noche en la que les rescataron. Esa en la que estuvieron a punto de besarse. Hasta diría que se está riendo, a pesar de no poder casi hacerlo.

Cuando llega el relato del momento de su primer beso, Alejandro y yo nos miramos. Mamá me aprieta la mano y le hago un gesto a mi hermano para que lo lea. Noto como las lágrimas brotan de sus ojos al mismo tiempo que una sonrisa enorme se instala en su cara. Sin darnos cuenta, Alejandro y yo estamos llorando mientras leemos el relato.

De repente, las máquinas empiezan a pitar. Alejandro cierra el libro y pulsa el botón para que venga la enfermera. Una línea recta en su monitor. Sé lo que significa. Ahora sé por qué quería que volviéramos a empezar el relato. Sabía que estaba llegando. Al menos, eso es lo que creo.

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