-Eran los dos niños más guapos del mundo – leo con un nudo
en la garganta – y ella, la mujer más guapa que he visto en mi vida – miro a
mamá, que sigue con esa mirada perdida, no se siquiera si me escucha – ese día
nos prometimos que le contaríamos a nuestros hijos y a nuestros nietos que su
padre y abuelo se cayó redondo en el quirófano siendo médico, al ver como
nacían sus hijos.
Aguanto las lágrimas como puedo. Mamá sufrió un ictus hace
unos días, apenas puede comunicarse y los médicos han permitido que salga de la
UCI a petición nuestra. Nos han dicho que nos escucha, a veces nos mira, pero
ni come ni puede hablar y la falta de oxígeno que ha sufrido su cerebro, a sus
90 años, ha hecho que varios órganos puedan fallar en cualquier momento.
Miro a mi hermano, al otro lado de la camilla. La mira
fijamente. La de veces que papá nos ha contado que, cuando Alejandro no
respiraba, casi le da un infarto. Es curiosa la vida… el infarto le dio hace 1
mes. Aguantó, como un héroe, como lo que siempre fue, hasta que pudimos traer a
mamá para que se vieran. Al día siguiente, papá murió y mamá entró en un estado
como de catatonia. Solo se expresaba para llorar. Y solo decía que su vida se
había ido. La pena se ha adueñado de nuestra familia. Hasta a veces pienso que
es mejor que mamá se vaya, aunque me muero si lo pienso.
Cierro la libreta, esa que papá llenó de relatos de su
relación, algunos que no he podido leer porque me da mucho pudor leer esas
cosas de mis padres. Sonrío sin querer al recordar cuando papá nos lo leyó por
primera vez. Alejandro y yo gritamos un “para!” cuando papá narraba cómo había
sido su primer beso, mientras mamá se moría de la risa.
Al cerrar la libreta, noto como mamá mueve una mano y me
mira. Miro instantáneamente a Alejandro que me mira sorprendido. Agarra la
libreta y la señala. Me quedo paralizada. Hacía días que mamá no nos miraba.
Era cierto que nos escuchaba. Me mira y luego mira a Alejandro, que me mira de
nuevo sorprendido. No se si llamar al médico, o a la enfermera, o a quién, pero
mamá vuelve a señalarme el cuaderno antiguo.
-Lucía… - miro a mi hermano – creo que quiere que vuelvas a
empezar… - dice un tanto emocionado –
La miro y puedo ver como esboza una pequeña sonrisa y cierra
los ojos. Carraspeo, se me ha quedado la garganta seca. Abro de nuevo el
cuaderno. Aquel relato que al principio no nos creíamos de cómo se conocieron
papá y mamá. Aquel accidente de avión y aquella isla. Veo como alguna lágrima
cae por sus mejillas al volver a escucharlo y se me entrecorta la voz. Le doy
el cuaderno a Alejandro, no puedo seguir leyendo. Mi hermano arrima un poco más
su silla al lado de mamá y sigue por donde lo he dejado. La veo volver a
sonreir cuando Alejandro cuenta la noche en la que les rescataron. Esa en la
que estuvieron a punto de besarse. Hasta diría que se está riendo, a pesar de
no poder casi hacerlo.
Cuando llega el relato del momento de su primer beso,
Alejandro y yo nos miramos. Mamá me aprieta la mano y le hago un gesto a mi
hermano para que lo lea. Noto como las lágrimas brotan de sus ojos al mismo
tiempo que una sonrisa enorme se instala en su cara. Sin darnos cuenta,
Alejandro y yo estamos llorando mientras leemos el relato.
De repente, las máquinas empiezan a pitar. Alejandro cierra el libro y pulsa el botón para que venga la enfermera. Una línea recta en su monitor. Sé lo que significa. Ahora sé por qué quería que volviéramos a empezar el relato. Sabía que estaba llegando. Al menos, eso es lo que creo.
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