Me giro hacia la calle al escuchar mi nombre. Es su voz, sin
duda.
-Ya está la tita gritando, como siempre eh? – digo intentando
que la niña deje de estar nerviosa – no mires abajo de acuerdo?, todo va a
salir bien, haz lo que te ha dicho el tito, agarrate a mi fuerte.
Noto como la niña me rodea todo lo que puede con sus brazos
por el cuello, situándose entre mis brazos. Agarro la cuerda fuerte con mis
manos y estiro, parece estable… todo lo estable que puede estar en este
edificio. Respiro hondo varias veces, una vez me apoye totalmente en la cuerda,
ya no habrá marcha atrás.
-Tito… - la niña solloza –
-No pasa nada mi vida… es un juego vale? Como cuando jugamos
con Danka eh? Piensa en ella… - pongo mis pies sobre la fachada, notando como
mi corazón late todo lo fuerte que puede – piensa en la tita jugando con Danka…
Maldita sea, cómo cojones he llegado a esto? Estoy colgando
de un edificio en llamas con Lucía. Es surrealista, no puede estar pasando.
Miro hacia abajo, error, no debería haberlo hecho. Joder, sale demasiado humo
del edificio, es asfixiante, tengo que ser rápido. El viento hace que me
tambalee cada vez más. Tanto, que una de las ráfagas me balancea y acabo
dándome con el costado en la fachada. Las manos me fallan y dejo de apretar por
un segundo la cuerda. Caemos a plomo pero vuelvo a cogerla con fuerza y vuelvo
a pegarme por la inercia en la fachada. Como si me persiguiera alguien, muevo
mis manos a lo largo de la cuerda, bajando a toda prisa. Como tarde mucho más,
me desmayaré. Soy consciente del humo que he inhalado, no debe faltar mucho
para que mis pulmones digan basta. Lucía no ha dejado de apretar sus manitas
contra mí ni un segundo.
Cuando pongo los pies en el suelo, siento una sensación
de incredulidad inexplicable. Mis pies toman el control y comienzo a correr en
dirección a la salida del patio. Me siento fatigado, como si de un momento a
otro fuese a desmayarme. Unas manos me quitan de los brazos a Lucía y me sacan
casi en volandas del patio. Fuera del colegio, solo soy capaz de dar un par de
pasos antes de caer arrodillado. Segundos después, unas manos me rodean, unas
manos que me resultan familiares.
Me abro paso entre toda esa gente. Siento que todo está
ocurriendo a cámara lenta. Veo como se desploma de rodillas en el suelo y me
asusto, me asusto mucho.
-Quique! – le abrazo – Quique, dime algo – alza la mirada,
parece aturdido –
-Quique tío – un chico vestido con un chaleco amarillo –
estás bien?
Un ataque de tos se apodera de él. Me asusta escucharle
respirar así, parece costarle.
-Rápido, traedme el oxígeno! – grita ese chico que me mira
fugazmente, algo asustado – Todo el mundo fuera, vamos! – ordena a la gente,
que se agolpa en torno a él – vamos a tumbarle.
-Maldita sea… - otro hombre vestido de amarillo se acerca a nosotros
– Quique tío, qué notas? Habla cojones! – grita desesperado –
Está tumbado en la acera, con la cara manchada de ceniza, la
boca entreabierta. Su pecho sube y baja incesante, como luchando contra un
peso.
-La niña… - susurra –
Lucía… dónde está Lucía? Alzo la mirada buscándola
desesperadamente, pero no la encuentro.
-La niña está bien, pero dime cómo estás tú – dice el
chico joven abriendo un maletín que han traído de la ambulancia –
-No puedo respirar… - susurra antes de que otro golpe de tos
salga de su garganta –
-Qué pasa? – grito asustada al ver que Quique parece estar
ahogándose –
-Avisa al hospital, rápido – dice uno de los médicos que se
ha arrodillado junto a él – Quique, me oyes? – le da golpes en el hombro, pero
no responde – me cago en la puta
Observo paralizada como todas esas personas vestidas de
amarillo comienzan a explorarle. Le abren la boca, los ojos, parecen asustados,
pero seguro que no lo están más que yo. Unas manos se posan en mis hombros. Me
doy cuenta que sigo arrodillada, pero un poco más apartada del cuerpo de
Quique, que sigue sobre la acera, inerte.
-Hay que intubarle – escucho como si fuera un sueño… o una
pesadilla – es una intoxicación grave…
-Cógele una vía, rápido! – grita otro de ellos mientras veo
como meten un tubo en su garganta –
-Malú, levántate del suelo cariño.
La voz de mi hermano suena a mis espaldas. No puedo creerme
que esto esté pasando. Creo que no soy consciente de la situación, me siento
como si no fuera dueña de mis actos. Me levanto casi sujetada por Jose, que me
rodea con sus brazos sin decir nada. No puedo ni siquiera ponerme a llorar,
solo observo la escena con los ojos bien abiertos, no puedo cerrarlos. Una
camilla se acerca a nosotros. La tumban en el suelo y suben en volandas a
Quique. Instantes después, ponen la camilla en pie. Uno de ellos, el primero
que se ha acercado a nosotros, porta un ambú enganchado al tubo que sale de su
garganta. Como si mis piernas se activasen de repente, corro detrás de la
camilla.
-A qué hospital lo lleváis? – escucho la voz de mi hermano a
mi espalda de nuevo –
No escucho siquiera la respuesta. Cuando quiero darme cuenta,
estoy en el coche. Mi hermano conduce sin articular palabra. No sé qué ha
pasado, no sé como he llegado dentro del coche, solo recuerdo la imagen de
Quique inconsciente, con un montón de tubos y cables a su alrededor. Un latigazo
me sacude el pecho, me recorre centímetro a centímetro, matándome por dentro.
De nuevo no sé cómo he llegado aquí. Creo que debo estar en
shock o algo así. Estoy sentada en una silla, en el hospital, en una sala de
espera a la que no recuerdo haber entrado. Miro a mi alrededor asustada, como
si acabase de despertarme. Mi hermano me mira preocupado y se arrodilla frente
a mí.
-Estás bien? – pregunta –
Asiento casi sin querer. Cómo voy a estar bien? Dónde está
Quique? Por qué no nos dicen nada? Me levanto de la silla inquieta. No puede
haberle pasado nada, no sería justo. No estoy viviendo este momento como debería
ser, ni siquiera se si nos han dicho algo o no… es como si hubiera perdido la
memoria inmediata de repente.
-Lucía está bien, he hablado con Vero, la han dejado pasar a
verla.
Me giro asustada hacia Jose. Lucía, mi niña. Ni siquiera me
había dado cuenta que no nos habían dicho nada de ella. O quizá nos lo han
dicho y no me he dado cuenta. Me ha superado la situación. Me ha superado
mucho. No me había sentido tan perdida en mucho tiempo. Es una sensación
horrorosa la de no saber qué hacer. Vuelvo a sentarme, al lado de Jose, quizá
buscando sentirme arropada. Como si me leyese la mente, me abraza y dejo caer
mi cabeza sobre su hombro. Inexplicablemente no me sale llorar, creo que no soy
capaz de sentir otra cosa que no sea miedo, pero no puedo expresarlo, lo único
que puedo hacer es estarme quieta, es lo único que me permite mi cuerpo.
Un médico, al que reconozco porque porta una bata blanca,
entra en la sala de espera. Nos busca con la mirada hasta que nos divisa y
viene hacia nosotros. Como si tuviera un muelle en la silla, me levanto y voy
hacia él. No digo nada, solo le miro.
-Son los familiares de Quique verdad? – mi hermano asiente,
yo no puedo ni pestañear – Quique está estable, ha sufrido una intoxicación por
humo grave, pero está bien.
No puedo escuchar nada más, veo como sigue hablando pero no escucho nada, solo un pitido en mis oídos. Siento
como las piernas me fallan y empiezan a aparecer unas luces delante de mí. Me
siento mareada. Mi hermano me mira asustado, y ese médico también. Y todo se
vuelve negro.
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