La noche me atrapa en medio del bosque… o selva… o lo que
quiera que sea el sitio donde estoy. Siento frío y miedo a la vez. Por primera
vez, me siento tan solo que mi cuerpo se debate entre tumbarme a llorar o
seguir andando. Decido acampar unas horas, hasta que vuelva a amanecer, pero
apenas duermo.
Los sonidos de la noche en la selva son bien distintos a los de
la playa. En la playa, el sonido que escucho es la respiración de Malú,
durmiendo a mi lado. Me la imagino así y un nudo se apodera de mi garganta.
Aquí escucho cosas bien distintas, cosas que me acojonan. Sigo
buscándola a mi lado, doy varios puñetazos al suelo cuando me doy cuenta de
donde estoy y la sed se apodera de mí por momentos. No he dormido apenas nada,
no puedo, y creo que no voy a poder dormir hasta que no llegue donde debo.
De nuevo comienzo a andar. Me encuentro con unos árboles
altísimos. Me planteo subir para intentar encontrar la playa, pero desestimo la
idea, no soy un mono y no puedo trepar hasta allí arriba. Estoy empezando a
delirar parece ser. Unas gotas comienzan a caer sobre mí, vuelve a llover, esta
vez con menos virulencia. Abro mi boca de par en par, como si fuera un mendigo
deseando llevarse algo a la boca. Saboreo esas gotas de lluvia como si fuesen
oro. Tras unas horas andando bajo el agua, comienzo de nuevo a llorar. Me he
perdido, no encuentro la dirección correcta, no veo el mar y me da la sensación
de estar dando vueltas sobre mi mismo. Pienso de nuevo en Malú, aunque en
realidad, no ha salido de mi mente todas estas horas. Cómo estará? Estará bien?
Por mi bien, espero que sí. Es increíble lo importante que se puede convertir
una persona en cuestión de días. Mientras camino pensando en ella, intentando
no desesperarme, aparece ante mi un árbol con unos frutos que no se descifrar
bien lo que son. Los arranco y los vuelvo a engullir. Están amargos pero no me
importa. No sobreviviré mucho tiempo más así, necesito un pescado de los que
pesca ella. Sonrío amargamente y cierro los ojos para ver su figura en la
orilla, con aquella caña que construyó. Es realmente preciosa.
Vuelvo a llorar
y se me quita el hambre. Empiezo a pensar que jamás volveré a verla, que nunca
saldré de esa maldita selva o, que si salgo, ella no estará.
Ya han pasado dos noches… estoy cansado, física y mentalmente. Aún así, no estoy tan cansado del todo porque me he comido todo lo que he encontrado. Tengo varios cortes en las piernas por las ramas que han ido arañándome las piernas. Lo peor es lo que me araña el alma. Necesito encontrar esa playa, necesito verles de nuevo a todos, pero, sobre todo, necesito un abrazo suyo. Necesito oler su pelo. Esa noche se me ha hecho eterna hasta que decidí tararear sus canciones, como un gilipollas. Cerré los ojos y la vi delante de mí, cantando con una sonrisa en la cara.
Recuerdo con los ojos cerrados la noche del octavo día, cuando la escuché cantar sentada en las rocas, alejada de todo el mundo. Recuerdo que me acerqué y me senté abajo, en la arena, escuchándola, sin que se diese cuenta, como si asistiese a un concierto suyo. Sonrío amargamente al recordar la cara que puso cuando me vió y la vergüenza que tuvo que darle. Mientras camino, sigo tarareando aquellas letras. Es lo único que me hace seguir andando, así no me siento tan solo, aunque en realidad lo esté. La sed me invade de nuevo. Creo que llevo casi un dia sin beber nada de agua. Las hojas que chupé esa mañana no cuentan, apenas eran unas gotas que se resistían a evaporarse. Me siento apoyado en una roca, exhausto. Pongo mi cara entre mis piernas y comienzo a llorar de nuevo. Jamás había llorado durante tanto tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario