Comienzo a correr al entender algunos gritos provenientes de
las inmediaciones del avión. Están pidiendo auxilio por algún herido. Al
llegar, digo en perfecto inglés que soy médico y observo el panorama. Un hombre
yace en la arena, con una pierna ensangrentada y el brazo torcido,
retorciéndose de dolor. En seguida comienzo a dar órdenes a los que están allí
para que me ayuden. Les pido que traigan agua desde la orilla y algo para
taparle. Intento tranquilizarle, el hombre está consciente pero a punto de
desmayarse por el dolor. Me quito la corbata y me desabrocho la camisa, empiezo
a tener calor. Una luxación de hombro, genial, seguro que en esta isla hay
algún hospital para tratarle.
-Voy a colocarle el hombro de acuerdo? – digo en perfecto
inglés – muerda esto – le doy mi corbata –
Sin avisarle, giro el brazo para colocarlo en su sitio. El
hombre grita como si le estuvieran matando. Poco después, le quito la corbata
de la boca y hago con ella un cabestrillo. Le ordeno que lo mantenga así y me
dispongo a ver la pierna. La tiene llena de cortes. Mis ayudantes improvisados,
han traído agua marina dentro de algunas bolsas. Esto le va a escocer. Pido que
me traigan algo para colocar la pierna sobre alguna superficie que no sea
arena. El hombre grita sin cesar. Una mujer no le suelta la mano, supongo que
es su esposa. Me percato que necesita puntos, y, claramente, no tengo hilo ni
nada que se le parezca. Le pido que se quede así un momento mientras busco algo
para tapar aquella herida, en especial una, la más profunda y la que más me
preocupaba. Me pongo de pie, exhausto. Veo a la gente desperdigada por la
playa, supongo que en compañía de familia o de supervivientes que se han unido
en la tragedia. Como yo con Malú, a la que detecto hablando con una mujer que
parece mayor y la que creo que será su nieta o eso creo, intentando
tranquilizarlas y comunicarse con ellas.
Me giro hacia los restos del avión. Es
la cola completa. Efectivamente, creo que acabo de colarme en el primer
capítulo de perdidos, esto no puede ser verdad. Cuando me dispongo a buscar en
alguna maleta que yace en la arena o incluso dentro del avión, los gritos de
alguien me hacen girarme hacia la playa. La gente se pone de pie, los gritos
vienen del agua. Veo a un hombre y una mujer levantar los brazos, unos metros
mar adentro. Nadie se mueve así que comienzo a correr hacia la orilla. Paso al
lado de Malú y me lanzo al agua. De nuevo el agua. Estoy agotado pero quiero
saber que está pasando con esa pareja. Al llegar, me encuentro que llevan en
brazos a un niño inconsciente. Con acento mejicano me piden ayuda. Cojo al niño
hasta llegar a ponerme de pie y salgo corriendo del agua para tumbar al niño en
la arena. No respira. No encuentro el pulso. Comienzo a maldecir.
-Alguien sabe donde estamos? – grito mientras comienzo el
masaje cardíaco. Nadie contesta. Vuelvo
a repetirlo en inglés. –
-Parece una isla desierta
Miro al chico que ha pronunciado esas palabras. Parece tener
unos 18-20 años, rubio, blanco de piel. Se asusta cuando le miro.
-Joder… este niño necesita un hospital… - susurro – que
alguien busque en el avión algún botiquín! – grito en los dos idiomas – tiene
que haber algo que nos sirva… - imploro en voz alta, rezando para que haya
algún medicamento que me sirva para la reanimación, o, incluso, un
desfibrilador, aunque eso sería mucho pedir -
La madre y el padre yacen arrodillados al lado de mí,
llorando y gritando. Veo como Malú se arrodilla al lado de ellos. Cruzo una
mirada con ella, esa mirada asustada que no he dejado de ver desde hace horas.
-Vamos! – grito desesperado – reacciona! – pego un puñetazo
en el pecho del niño, ante el asombro de la gente allí plantada. A falta de
desfibrilador, algo tengo que hacer.
-Guillermo! Despierta! – escucho gritar a la madre,
desesperada – sálvelo por favor! – sé que me lo está gritando a mí –
Miro hacia el avión pero no vuelve nadie. Empiezo a
acojonarme, el niño no reacciona. Realizo el boca a boca y vuelvo al masaje.
Vuelvo a darle un puñetazo en el pecho.
-Vamos! – grito con rabia – joder!
Noto como mis ojos se están llenando de lágrimas cuando, de
repente, el niño hace un espasmo y saca agua por la boca. Dejo el masaje y lo
coloco de lado, intentando que el resto de la gente se aparte.
-Guillermo! – grita la madre mientras llora –
-Campeón, me oyes? – pongo mi mano en su cuello, noto el
pulso, algo débil pero firme, y respiro aliviado mientras escucho como tose –
venga, ya está, échalo todo…
Mi cuerpo se arquea sobre el niño, respiro todavía acelerado
y noto como el niño también lo hace. Escucho llorar a la madre y al padre y me
aparto un poco cuando veo que Guillermo me mira aún sin saber donde está. Se
abraza a su madre y respiro tranquilo por primera vez en muchas horas. Siento
unas ganas irrefrenables de llorar, pero no voy a hacerlo allí. Toco la cabeza
del niño y le pregunto si está bien. El niño asiente aún contrariado. Sin
querer, busco a Malú con la mirada, que me mira con una leve sonrisa de lo que
intuyo que es ternura. Aparto la mirada e, intentando pasar desapercibido,
desaparezco de allí y me pongo a caminar por la playa en dirección contraria.
Demasiada tensión. Paso mis manos por mi cara intentando asimilar lo que está
ocurriendo. Miro alrededor… y no veo nada. Comienzo a llorar mientras camino y
decido sentarme debajo de un árbol. Arqueo mi cuerpo y pongo mi cabeza entre
mis piernas, sin poder parar de llorar. Siento una opresión en el pecho que no
cesa. Ahí es cuando pienso en toda la gente que se ha quedado dentro del avión
y que yo podría haber sido uno de ellos. Lloro como pocas veces lo he hecho
hasta ahora, no puedo parar. De repente, noto una mano en mi hombro. Asustado,
me aparto y miro hacia arriba. Veo como se agacha y sin decir nada, Malú me da
un abrazo. Justo lo que necesito en este momento, era justo eso, un abrazo, de
quien fuese, alguien que me diese un poco de tranquilidad dentro de esa
tormenta agobiante que me está matando por dentro. Respiro pegado a su cuello,
lloro sin hacer ruido, como si no quisiera que nadie supiese que lo estoy
haciendo. Me percato que huele exactamente igual que cuando nos dimos dos besos
en el aeropuerto hace unas horas. Como es posible si hemos estado más de una
hora nadando en el mar? No se, el caso es que ese abrazo es el abrazo que más
me ha reconfortado en mi vida.
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